lunes, 11 de marzo de 2013

Nuestra actitud determina nuestro enfoque de la vida


Nuestra actitud determina nuestro enfoque de la vida
La historia de dos baldes subraya esta verdad. Uno era optimista y el otro era pesimista.
«No hay una vida tan desilusionante como la mía», dijo el balde vacío mientras se
aproximaba al pozo. «Siempre me alejo del pozo lleno pero regreso a él vacío».
«Nunca ha habido una vida tan feliz como la mía», dijo el balde lleno cuando se alejaba
del pozo. «Siempre vengo al pozo vacío, pero me voy de él lleno».
Nuestra actitud nos dice lo que esperamos de la vida. Si nuestra «nariz» apunta hacia
arriba, estamos ascendiendo; si apunta hacia abajo podemos estrellarnos.
Una de mis historias favoritas es la de un abuelo y una abuela que visitaban a los nietos.
Todas las tardes el abuelo se acostaba para echar una siesta. Un día, los muchachos le
jugaron un broma: pusieron queso Limburger en su bigote. Pronto se despertó olfateando.
«Este cuarto huele mal» exclamó, levantándose y dirigiéndose a la cocina. Al poco tiempo
notó que la cocina también olía mal, así que salió para respirar aire puro. Para su sorpresa,
el aire libre tampoco olía bien y dijo: «¡El mundo entero huele mal!»
¡Cuánta verdad encierra esto en nuestras vidas! Cuando tenemos «queso Limburger» en
nuestras actitudes, el mundo entero huele mal.
Una buena manera para probar nuestra actitud es respondiendo a la pregunta: «¿Siento
que el mundo me trata bien?» Si su actitud hacia el mundo es excelente, usted recibirá
resultados excelentes. Si su actitud hacia el mundo es regular, la respuesta del mundo será
regular. Si se siente mal con el mundo, le parecerá que recibe una reacción negativa de la
vida. Mire a su alrededor. Analice la conversación de la gente que vive infeliz y sin
realización. Les oirá protestar contra una sociedad que, según ellos, solamente les da una
vida de problemas, miseria y mala suerte. Muchas veces han construido la cárcel del
descontento con sus propias manos.
Al mundo no le importa si nos libramos o no de la prisión. Él sigue su marcha. Adoptar
una actitud buena y saludable hacia la vida no afecta tanto a la sociedad como nos afecta a
nosotros. El cambio no viene de otros, viene de nosotros.
El apóstol Pablo tenía un terrible pasado que superar. Le dijo a Timoteo que era el
primero de los pecadores. Pero luego de su conversión sintió un gran deseo de conocer a
Cristo de una manera mayor. ¿Cómo cumplió este deseo? No esperando que alguien le
ayudara, ni mirando hacia atrás y lamentándose por su terrible pasado. Pablo,
diligentemente, prosiguió «asido por Cristo Jesús». La singularidad de su propósito le hizo
declarar: «Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome
a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús» (Filipenses 3.13, 14).
Somos individualmente responsables por la visión que tengamos de la vida. La Biblia
dice: «Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6.7). Nuestra actitud
y nuestra acción hacia la vida determinan lo que nos sucede.
Sería imposible calcular el número de empleos que hemos perdido, la cantidad de
promociones no logradas, el número de ventas no realizadas y la cantidad de matrimonios
arruinados por nuestras actitudes pobres. A diario somos testigos de empleos que aunque se
conservan son odiados, y de matrimonios que aunque se toleran son infelices, todo eso
porque las personas esperan en otros o en el mundo para cambiar, en vez de comprender
que ellas son las únicas responsables por su conducta. Dios es suficiente para producir en
ellas el deseo de cambiar, pero la decisión de actuar bajo ese deseo es suya.
Es imposible hacer todas las situaciones a la medida para que se ajusten a nuestras vidas
perfectamente. Pero es posible hacer nuestras actitudes a la medida para que se ajusten a las
situaciones perfectamente. El apóstol Pablo demostró hermosamente esta verdad cuando
estaba prisionero en Roma. La verdad es que no había recibido un simple sacudón. El lugar
de su confinamiento era frío y obscuro. Sin embargo, escribe a la iglesia de Filipo
diciéndoles radiante de gozo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
¡Regocijaos!» (Filipenses 4.4, énfasis del autor).
Notemos que el confinado le dice a la gente libre de preocupaciones que se regocije.
¿Es que estaba perdiendo la razón? No. Encontramos el secreto más adelante en el mismo
capítulo. Pablo dice:
No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que
sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy
enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia
como para padecer necesidad (vv. 11, 12, énfasis del autor).
La habilidad de hacer su actitud a la medida de su situación en la vida fue una conducta
que él aprendió. No le vino automáticamente. Aprendió la conducta, y la apreciación
positiva de las cosas vino como algo natural. (Hablaré más sobre esta conducta aprendida
en la sección IV, «Cambie su actitud»). Pablo nos enseña repetidamente con su vida que el
hombre ayuda a crear su medio ambiente —mental, emocional, físico y espiritual— por la
actitud que tiene.
Aplicación de la actitud:
Haga un círculo en el número que designe la actitud que más se acerca a la suya:
1. «Hago que el mundo siga su marcha»
2. «Sigue lloviendo sobre mí»
3. «Lo hice a mi manera»
4. «Oh, ¡Qué hermosa mañana!»

Fuente: ACTITUD DE VENCEDOR.  JOHN C. MAXWELL
www.johnmaxwell.com

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